Buscando la
Cara del Señor
Las mujeres son un regalo especial en nuestras comunidades
(Octavo de la serie)
Estabas allí cuando las mujeres derramaron sus lágrimas?”
El testimonio de la octava estación del camino al Calvario se puede encontrar en el Evangelio según San Lucas: “Y le seguía una gran multitud del pueblo y de mujeres que lloraban y se lamentaban por Él. Pero Jesús, volviéndose a ellas, dijo: ‘Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí; llorad más bien por vosotras mismas y por vuestros hijos’ ” (Lk 23:27-28).
¿Quiénes eran estas mujeres? ¿Estaban reunidas porque se compadecían de un delincuente que sufría? ¿Sabían quien era Jesús? ¿Eran, acaso, amigas de María, su madre?
Quien haya tenido la oportunidad de visitar Jerusalén y caminar la Vía Dolorosa sabe que uno debe serpentear a entre multitudes de personas y vendedores.
Es notable que entre “la gran multitud” a lo largo de la ruta, y a pesar de su tormento, Jesús se volvía a las mujeres que lloraban. No pasaba simplemente de largo.
Una vez más, Jesús nos da un ejemplo para nuestro propio comportamiento en momentos de sufrimiento. Sea que los dolores de la vida sean grandes o pequeños, es un reto ver a través de ellos las necesidades de aquellos a nuestro alrededor.
El Papa Benedicto XVI reflexionó en esta octava estación del Viernes Santo al dirigir el camino del Vía Crucis en el Coliseo en Roma.
Con una perspectiva internacional, dijo: “Las mujeres, especialmente las madres, sacan de su amor una inmensa capacidad para soportar el sufrimiento. Sufren por las acciones de los hombres; sufren por sus hijos. Pensemos en las madres de todos aquellos jóvenes a quienes se les persigue y se les encarcela en el nombre de Cristo. ¡Cuántas largas noches pasan esas madres despiertas y llorando! Pensemos en las madres que se arriesgan al arresto y la persecución cuando perseveran en la oración familiar, nutriendo en sus corazones la esperanza de tiempos mejores en el futuro.”
El papa oró a Cristo pidiéndole que su consoladora y esclarecedora voz se dejara escuchar hoy en día en todas las mujeres que sufren. Oró porque lloráramos por el sufrimiento debido al pecado en nuestro propio tiempo.
Asimismo, está la exhortación de Jesús para que lloremos por nuestros niños. Esta octava estación de la cruz subraya el impacto de la maternidad en el bienestar de los hijos.
El papel único de las madres es irreemplazable en nuestra sociedad. Esto conlleva cierto énfasis porque, por un lado, puede que tendamos a pasar por alto esta verdad fundamental.
Y por otro lado, hay una tendencia cultural actual a subestimar la significación sin paralelo de la maternidad debido a una visión igualitaria equivocada del género. El asunto merece una profunda reflexión.
La voz de las mujeres católicas creyentes es vital en el debate social sobre la opción a la vida, es decir, de la dignidad humana en todas las etapas de la vida desde la concepción hasta la muerte natural. La voz de las mujeres tiene un enorme impacto para promover la causa de la ética cristiana en la vida pública. Está demás decir que la formación de las buenas mujeres comienza en el hogar, pero también se extiende hacia una comunidad más amplia.
Obviamente las mujeres juegan un papel clave en la santificación de la familia y el hogar. Junto con sus esposos, las esposas y madres testifican sobre la dignidad del matrimonio cristiano tanto por la forma como viven como por lo que expresan. Las madres que trabajan tienen la oportunidad de llevar este testimonio al foro público.
Las mujeres solteras tienen la feliz oportunidad de ayudar a santificar el sitio donde trabajan así como también a sus familiares. Es importante en nuestra cultura reconocer y agradecer la importancia de su testimonio y no considerarlo como algo natural.
Nuestras comunidades católicas necesitan tener presente el sufrimiento y la soledad que heroicamente sobrellevan las viudas. Es admirable observar las valientes viudas que continúan siendo importantes participantes leales de nuestras comunidades parroquiales. Es particularmente admirable verlas esforzarse por ofrecer apoyo a otras personas que están solas.
Las madres solas aceptan su papel generosa y valientemente, incluso cuando no eligen estar solas. Algunas tienen varios empleos para mantener a sus hijos. Nuestras comunidades de fe no pueden pasar por alto las necesidades de estas personas, especialmente las de sus hijos.
Tengo una admiración en particular por las innumerables mujeres que pasan horas en adoración ante el Santo Sacramento. Cada comunidad parroquial conoce a esas mujeres devotas que oran diariamente en la Eucaristía, llueva, truene o relampaguee. Estas mujeres, jóvenes o mayores, son un regalo especial para nuestras comunidades.
Jesús se detuvo y estaba ansioso de hablarles a las mujeres a lo largo del camino del Vía Crucis. En este generoso acto, demostró una especial atención por ellas y sus hijos.
Ese mismo amor de Él desciende hasta nosotros a través de los siglos hacia las mujeres e hijos de nuestros días. †