Buscando la
Cara del Señor
Cuando llegamos a conocer a Dios, recibimos el don de la esperanza
La semana pasada hablé acerca de la esperanza cristiana, la cual se distingue de la esperanza natural. De hecho, la esperanza sobrenatural es superior a la natural.
Esta semana daré inicio a una serie de explicaciones sobre esta verdad.
Comenzamos con una razón fundamental para dicha superioridad: en efecto, la necesidad de la fe cristiana. Esto tiene que ver con nuestra creencia en Dios y también con nuestra relación con Dios. Creemos en Dios como un Padre que nos ama y nos ha revelado ese amor a través de su amado Hijo, Jesucristo.
En esencia, llegar a conocer a Dios significa recibir esperanza.
En su carta encíclica sobre la esperanza, “Spe Salvi” (“Salvados por la esperanza”), el Papa Benedicto XVI nos dice que uno de los elementos distintivos de los cristianos es el hecho de que tenemos un futuro. No conocemos los pormenores de qué nos espera después de la muerte, pero estamos seguros de que la vida “no acaba en el vacío” (#2).
¿Cuál es la fuente de nuestra esperanza? En el bautismo recibimos “la plenitud de la fe” (Heb 10:22).
Por la gracia del Espíritu Santo aceptamos el don de la confianza inquebrantable en el amor de Dios por nosotros. Ésa es la fuente de nuestra esperanza: que Dios nos conoce y nos ama; que desea que seamos felices con Él en esta vida y en el mundo futuro.
En ningún otro lugar existe una esperanza perdurable. Si depositamos nuestra esperanza en objetos materiales, sistemas políticos, líderes carismáticos o en nuestras propias habilidades, siempre nos sentiremos defraudados. Sólo Dios justifica nuestra confianza y certidumbre. Como lo expresa el Papa Benedicto: “Llegar a conocer a Dios, al Dios verdadero, eso es lo que significa recibir esperanza” (#3).
Porque hemos depositado nuestra esperanza en Dios podemos vivir bien. La esperanza no elimina las vicisitudes de la vida; nos ayuda a soportarlas. La esperanza no nos impide pecar ni alejarnos de Dios. Pero la esperanza sobrenatural nos permite ver más allá de nuestra naturaleza pecadora hacia la misericordia de Dios. Nos permite buscar el perdón y comenzar nuevamente. Cristo es el mensajero de la divina esperanza. En la esperanza de Cristo se encuentra la salvación, ahora y por siempre.
Cuando llegamos a conocer a Dios a través de la intercesión de Cristo en la oración, en los sacramentos (especialmente en la Eucaristía), en el servicio a los demás y en el silencio de nuestros corazones, recibimos esperanza.
Conocer a Dios es entender que hemos sido creados por una persona que nos ama individualmente y que nos invita a compartir Su vida a plenitud.
No somos el resultado aleatorio de un accidente evolutivo. Somos los hijos de un Padre que nos conoce y nos ama, de un hermano, Jesús, que entregó su vida por nosotros, y de un Espíritu dador de vida que nos sustenta y nos brinda esperanza. Somos la familia de Dios y tenemos un futuro lleno de esperanza.
Conocer a Dios es experimentar Su divino amor y recibir Su promesa de felicidad ahora y en la vida futura.
Como señala el Papa Benedicto: “La puerta oscura del tiempo, del futuro, ha sido abierta de par en par. Quien tiene esperanza vive de otra manera; se le ha dado una vida nueva” (#2).
El maravilloso don de la esperanza viene acompañado de una increíble responsabilidad. En la medida de lo posible, tenemos que rechazar la oscuridad del pecado y la muerte, y vivir en la luz. Y debemos ser evangelizadores (personas que proclaman y viven el Evangelio de Jesucristo). Debemos compartir nuestra esperanza con el prójimo.
“(E)l Evangelio no es solamente una comunicación de cosas que se pueden saber” nos dice el Papa Benedicto. El Evangelio “comporta hechos y cambia la vida” (#2).
La esperanza en Cristo nos llama a la conversión. Nos invita y nos desafía a aceptar el amor de Cristo que cambia la vida. Porque tenemos esperanza en Cristo somos libres para elegir la vida. Y una vez que elegimos esa opción y la renovamos a diario a través de la esperanza y los sacramentos, podemos llegar a conocerle, amarle y servirle. Llegar a conocer a Dios en Cristo significa recibir esperanza.
En “Spe Salvi” el Papa Benedicto cita a Santa Josefina Bakhita, antigua esclava africana que sufrió torturas y abusos crueles, pero que halló la esperanza y la salvación en Cristo. “(Y)o soy definitivamente amada, suceda lo que suceda; este gran Amor me espera. Por eso mi vida es hermosa” (#3).
Eso me recuerda una nota que recibí de un alumno de primaria mientras estaba en el tratamiento de quimioterapia. Efectivamente, dijo que debemos tener esperanza sin importar lo que pase, porque Dios es bueno y nos ama. Y a propósito de ello, escribió: “Manténgase siempre contento”. Porque conocemos a Dios, tenemos esperanza. Y por eso la vida es hermosa.
La próxima semana ofreceré una reflexión sobre el significado de ser peregrinos en un camino de esperanza. †