Buscando la
Cara del Señor
Al unir nuestras cruces a la de Cristo podemos ‘mantenernos contentos’
Cada mañana mientras me abotono la camisa o al pasar las páginas de mi libro de oración, me viene a la memoria el recuerdo de mi quimioterapia y radiación hace casi dos años. Una neuropatía, algo de entumecimiento en los dedos, es la secuela persistente de mi tratamiento del cáncer en 2008.
Parece que fue ayer que pasé todo ese tormento. Debe de sucederle lo mismo a otras personas porque a menudo se me pregunta cómo me va. Me complace poder informarles que el cáncer sigue en remisión. Recientemente algunas personas me preguntaron si estaría dispuesto a hablar y reflexionar sobre mi batalla contra la enfermedad de Hodgkin.
Lo primero que diré es que si alguna vez tuve dudas acerca del poder de la oración sobre mi persona, ya no es así. Mucha gente me asegura que continúan rezando por mí y créanme que siento sus oraciones y me siento sinceramente agradecido. Y espero que sigan haciéndolo.
Una de las dificultades de mis problemas de salud es que se hacen públicos debido a mi ausencia en ceremonias litúrgicas durante el período de recuperación.
Algo no relacionado con la enfermedad de Hodgkin fue el reemplazo total de mi hombro izquierdo y la cantidad de sesiones de rehabilitación a las que tuve que asistir desde principios de agosto. El sábado después del Día de Acción de Gracias sufrí una caída fuerte. En este último caso, el peor efecto fue probablemente el bochorno. A mediados de febrero me sometí a un procedimiento quirúrgico para eliminar un cálculo renal. Así que les pido: ¡inclúyanme en sus oraciones!
En el alféizar de la ventana frente a mi computadora se encuentra una pequeña placa que reza: “Mantente siempre contento.” Los lectores regulares de mi columna recordarán a Bryan, el alumno de sexto grado de la escuela St. Roch en Indianápolis, quien en 2008 me escribió acerca del valor: “La definición de valentía es difícil de memorizar. Pero afortunadamente para todos, es fácil de describir. Es la capacidad de seguir adelante cuando nos tocan tiempos difíciles. Son los momentos en los que entregamos todo lo que tenemos, a pesar de estar agotados. Por eso recuerde, Arzobispo, que aunque los tiempos sean difíciles, aún tiene la gracia de Dios, así que manténgase siempre contento.” Resultó ser un mensaje oportuno en su momento y no tengo duda de que siempre lo será.
Una de las consecuencias positivas de mi cáncer es el ímpetu de pasar más tiempo rezando por otros que padezcan de la misma afección u otra enfermedad debilitante. Durante la quimioterapia aprendí a sentarme pacientemente y a rezar. Todo aquel que haya estado enfermo y haya esperado en la consulta del médico o haya permanecido tendido en una camilla esperando a que le hicieran un examen de algún tipo, sabe a qué me refiero. En especial me doy cuenta de lo mucho que tiene que esperar la gente pobre para aquello que consideramos incluso las necesidades más básicas de la vida.
Me preguntó cómo estarán algunos de mis compañeros de quimioterapia. Sé que algunos han regresado a casa con Dios. Pero me he encontrado con compañeros sobrevivientes de la enfermedad, como Rob, quien tenía que trabajar a pesar de sufrir las dificultades relacionadas con la quimioterapia.
Sigo en contacto con un seminarista, Dominic, quien al tiempo que sigue su tratamiento de quimioterapia, continúa con su formación para el sacerdocio en St. Meinrad. Existen muchas historias como estas.
Todavía me hacen exámenes y pruebas de sangre cada cierto tiempo para comprobar cómo va todo. No puedo evitar preguntarme en cada ocasión si obtendré un resultado positivo. Para algunos no es así. Pero sigo con mi reacción inicial de 2008. Se hará la voluntad de Dios.
Pienso con frecuencia en los enfermeros de oncología y del hospicio. Cumplen una misión muy especial y en mi libro, son personas excepcionales que merecen gratitud y el apoyo de nuestras oraciones.
Creo que siempre rezaré para obtener una comprensión más profunda del significado de mi cáncer. Sé que Dios no desea que nos sucedan cosas malas. Pero lo permite. Me imagino que desde el pecado original algunas cosas no salen según lo previsto, simplemente porque así es. Y es importante que las veamos como oportunidades para unir nuestro sufrimiento al de Cristo.
En la víspera de las últimas dos semanas de la Cuaresma, resulta oportuno reflexionar sobre las enfermedades y limitaciones humanas en relación a la pasión que Jesús sufrió por nosotros. Quizás nuestras cruces parezcan pequeñas e insignificantes en comparación a lo que él sufrió, pero el intercambio de nuestro amor con el suyo es lo que hace que todo tenga sentido.
Alguien señaló una vez que todos tenemos astillas en los hombros por llevar las cruces que cargamos. En la oración, durante estos últimos días de la Cuaresma, ofrezcamos esas marcas de sufrimiento a Jesús como un obsequio de nuestro amor.
Y ofrezcamos esas dádivas de amor con corazones agradecidos. El alumno de sexto grado de St. Roch, que ahora cursa el octavo grado, lo comprendía: “aunque los tiempos sean difíciles, aún tenemos la gracia de Dios, así que manténgase siempre contento.”
Nuestras cruces unidas a las de Cristo no deben robarnos la paz interior. †