Buscando la
Cara del Señor
La oración es un don de la gracia y una respuesta decidida por nuestra parte
Estoy un tanto indeciso en cuanto a exponer todas las distinciones de la oración cristiana ya que pueden parecer desconcertantes para algunos. No obstante, me agrada el realismo con el cual el Catecismo de la Iglesia Católica trata la distinción clásica de los tres tipos de oración, a saber: la oración vocal, la meditación y la oración de contemplación.
El Catecismo de la Iglesia Católica aborda el significado de la oración vocal de la siguiente forma: “Por medio de su Palabra, Dios habla al hombre. Por medio de palabras, mentales o vocales, nuestra oración toma cuerpo. Pero lo más importante es la presencia del corazón ante Aquél a quien hablamos en la oración. ‘Que nuestra oración sea escuchada no depende de la cantidad de palabras, sino del fervor de nuestras almas’ ” (San Juan Crisóstomo en el #2700). Ya sea en la alabanza o en la oración personal, nuestra naturaleza humana encuentra su expresión en las palabras habladas o mentales.
El segundo tipo de oración es la meditación. El Catecismo describe la meditación con estas palabras: “La meditación es, sobre todo, una búsqueda. El espíritu trata de comprender el porqué y el cómo de la vida cristiana para adherirse y responder a lo que el Señor pide. Hace falta una atención difícil de encauzar. Habitualmente se hace con la ayuda de algún libro, que a los cristianos no les falta: las Sagradas escrituras, especialmente el Evangelio, las imágenes sagradas, los textos litúrgicos del día o del tiempo, los escritos de los Padres espirituales, las obras de espiritualidad, el gran libro de la creación y el de la historia, la página de ‘hoy’ de Dios. Meditar lo que se lee conduce a apropiárselo confrontándolo consigo mismo” (#2705-2706).
El tercer tipo de oración es la contemplación. El Catecismo señala: “La contemplación es escucha de la palabra de Dios. Lejos de ser pasiva, esta escucha es la obediencia de la fe, acogida incondicional del siervo y la adhesión amorosa del hijo. Participa en el ‘sí’ del Hijo hecho siervo y en el ‘fiat’ de su humilde esclava. La contemplación es silencio, este ‘símbolo del mundo venidero’ o ‘amor silencioso’ ” (#2716-2717). Existen diversas formas de describir esta oración, en ocasiones llamada la forma más sublime de oración. Podría describirse sencillamente como una mirada de fe fija en Jesús.
¡Siempre me sorprende un poco y al mismo tiempo me agrada encontrar que después de la descripción de los tres tipos de oración clásicos, el Catecismo de la Iglesia Católica tiene un aparte titulado “El combate de la oración”! El Catecismo nos recuerda que la “oración es un don de la gracia y una respuesta decidida por nuestra parte. Supone siempre un esfuerzo. Los grandes orantes de la Antigua Alianza antes de Cristo, así como la Madre de Dios y los santos con Él nos enseñan que la oración es un combate. ¿Contra quién? Contra nosotros mismos y contra las astucias del Tentador que hace todo lo posible por separar al hombre de la oración, de la unión con su Dios. Se ora como se vive, porque se vive como se ora. El que no quiere actuar habitualmente según el Espíritu de Cristo, tampoco podrá orar habitualmente en su Nombre. El ‘combate espiritual’ de la vida nueva del cristiano es inseparable del combate de la oración” (#2725).
Del mismo modo, con un toque de realismo, el Catecismo contiene una sección sobre las “Objeciones a la oración”. Así como tenemos que hacernos frente a nosotros mismos en el combate de la oración, también debemos enfrentar conceptos erróneos sobre la oración.
En nuestra cultura, algunos consideran la oración como una simple actividad psicológica; otros quizás la vean como una mera forma de concentración mental. Otros, sin embargo, quedan atrapados en un nivel superficial y la reducen a un ritual de palabras y posturas (cf. #2726).
Tal vez la excusa que se escucha más comúnmente es: “No tengo tiempo para orar. Tengo demasiadas cosas que hacer.” La oración es “una de esas cosas.”
Esta actitud implica que la oración es una tarea como todas las demás. No es una prioridad importante. Al principio puede escapársenos sin darnos cuenta de la experiencia de la jornada de trabajo, pero no tardará mucho para que, de hecho, la oración no forme parte de la vida. Y en ausencia de oración existe una ausencia aparente de Dios.
Otro impedimento para la oración es el sentido de desmerecimiento, la sensación de que mi oración no es lo suficientemente buena. Quizás olvidemos que es el Espíritu Santo el que hace que nuestra oración sea algo bueno. En primer lugar, la gracia para poder orar proviene del Espíritu, no de nosotros mismos.
Por último, jamás podemos subestimar el poder de nuestra cultura laica. Algunos se encuentran fuertemente influenciados por la noción de que sólo aquello que puede probarse científicamente es cierto. Esto puede llegar a erosionar nuestra fe en Dios y todas las enseñanzas de Jesús. †