Alégrense en el Señor
El Papa Francisco nos desafía a que salgamos de nuestra comodidad
El Papa Francisco posee un aura profética. Imaginen a Juan el Bautista con una sonrisa cordial predicando la “infinita misericordia” de Dios. No tiene reparos en llamar nuestra atención sobre aquellos aspectos en los que nos mostramos débiles, perezosos o permisivos, pero lo hace de una forma que nos infunde esperanza y ánimo.
Estamos llamados a ser mejores, nos dice el Santo Padre. Estamos destinados a hacer más y a ser más que simples espectadores que se mantienen cómodamente al margen. Estamos llamados a “salir de la propia comodidad” para ser discípulos misioneros de Cristo (“Evangelii Gaudium,” #20).
Tendemos a pensar en los misioneros como otras personas (no nosotros), que tienen un llamado especial y unos dones exclusivos. Estamos acostumbrados a pensar en los misioneros como parte del clero, religiosos consagrados o laicos que viajan a tierras distantes y soportan muchas penurias para poder predicar el Evangelio a aquellos que no conocen a Jesucristo.
El Papa Francisco nos dice que esta imagen no es incorrecta pero que está incompleta. Todos estamos llamados a ser misioneros, discípulos de Jesucristo que llevan la Buena Nueva a los demás, en nuestros hogares y en nuestros lugares de trabajo, en nuestras parroquias y barrios, y a través del aporte de nuestro tiempo personal, nuestros talentos y riquezas para la misión mundial de la Iglesia.
Tal como nos dice el Santo Padre, “El Evangelio invita ante todo a responder al Dios amante que nos salva, reconociéndolo en los demás y saliendo de nosotros mismos para buscar el bien de todos” (EG, #39).
Desde mi llegada a Indiana, hace casi 18 meses, me he venido haciendo la pregunta: “¿qué oportunidad está presentando Dios a la Arquidiócesis de Indianápolis?” Esta es otra forma de preguntarnos adónde nos llama el Espíritu Santo como misioneros de Cristo. He dedicado mucho tiempo a escuchar a las personas de todas las regiones del centro y del sur de indiana. También he intentado escuchar lo que el Señor nos dice, a mí y a todos nosotros, sobre los retos que enfrentamos a medida que buscamos evangelizar al pueblo de Dios aquí y en todo el mundo.
Durante todo el tiempo que llevo escuchando he conseguido más preguntas que respuestas. Aquí presento algunas de las preguntas que han surgido mientras intento escuchar qué nos llama a hacer y a ser el espíritu Santo como misioneros de la arquidiócesis:
¿Cómo podemos evangelizar de forma más eficaz a la Iglesia joven? ¿Cómo podemos invitar a nuestros jóvenes y jóvenes adultos para que vivan el amor de Dios y que a su vez transmitan ese mensaje a los demás?
Hoy como nunca antes las parejas de casados y las familias enfrentan dificultades. ¿Qué estamos llamados hacer para fortalecer el matrimonio y la vida en familia por el bien de millones de hombres, mujeres y niños, y de la sociedad como un todo?
¿Y qué sucede con los extraños que se encuentran entre nosotros, especialmente la cifra creciente de inmigrantes y refugiados? ¿De qué forma estamos llamados a darles la bienvenida, y aprender de ellos, como nuestros hermanos y hermanas en Cristo?
Nuestra arquidiócesis alberga a muchos reclusos en cárceles locales, estatales y federales. ¿Cómo podemos salir de nuestra comodidad para cerciorarnos de que escuchan el mensaje del amor y la misericordia infinitos de Dios?
Si bien somos una Iglesia local (una arquidiócesis), también formamos parte integral de la comunidad global (la Iglesia universal). ¿Cómo podemos ampliar nuestros horizontes y ayudar a atender las necesidades de nuestros hermanos y hermanas que están lejos de nosotros?
¿Cómo podemos ayudar a las parroquias de nuestra arquidiócesis (tanto las comunidades establecidas recientemente como las parroquias más antiguas) que se encuentran agobiadas por deudas? ¿Podemos encontrar formas creativas para liberarlos de estas cargas por el bien de nuestra misión común?
El Evangelio nos propone el siguiente reto compuesto por dimensiones locales y mundiales: “por tanto, vayan y hagan discípulos de todas las naciones” (Mt 28:19). El papa Francisco nos recuerda que “”a parroquia no es una institución caduca; precisamente porque tiene una gran plasticidad.” Del mismo modo, llama a las diócesis, como la nuestra, a someterse a una suerte de “conversión misionera” (EG, #28-30).
¿Qué oportunidad está presentando Dios a la Arquidiócesis de Indianápolis? Quizás no conozcamos los detalles, pero la dirección está clara. Se nos invita y se nos desafía a salir de la comodidad y a convertirnos en misioneros de Cristo.
Durante esta temporada de Pascua, recemos para recibir el don de un agradecimiento jubiloso por la muerte y resurrección de Cristo que nos ha hecho libres para servir a Dios y a nadie más. Recemos también para que el espíritu Santo ilumine nuestras mentes y nuestros corazones para que siempre podamos cumplir con la voluntad de Dios. †
Traducido por: Daniela Guanipa