Cristo, la piedra angular
Recordar a Cristo con María
“La contemplación de María es ante todo un recordar … que actualiza las obras realizadas por Dios en la historia de la salvación. … Estos acontecimientos no son solamente un ‘ayer’; son también el ‘hoy’ de la salvación.”
(San Juan Pablo II, “Sobre el Santo Rosario,” #13)
Durante los meses de mayo y octubre, la Iglesia nos invita a prestar especial atención a la Santísima Virgen María, la Madre de Dios y nuestra madre.
Santa Teresa de Calcuta, fundadora de las Misioneras de la Caridad, a menudo nos recordaba que a través de María llegamos a Jesús.
Sin embargo, esta perspectiva no es original de la madre Teresa, sino que forma parte de la doctrina de la Iglesia desde sus inicios. Siempre se ha considerado que el papel que desempeña María es único.
Tal como lo expresa el poeta Dante en su Divina Comedia: “Señora, eres tan grande y tanto vales, que quien quiere gracia y a ti no se acoge, su deseo quiere que sin alas vuele” (El Paraíso: Canto XXXIII, 13-15).
María es grande y poderosa, pero únicamente, según lo expresa san Juan Pablo II, porque ella es “templo del Espíritu Santo; ella intercede por nosotros ante el Padre que la ha llenado de gracia y ante el Hijo nacido de su seno, rogando con nosotros y por nosotros” (“Sobre el Santo Rosario,” #16). María es grande y poderosa por su humildad y porque está llena de la gracia de Dios.
A menudo se malinterpreta esta verdad sobre María. La Madre de Dios jamás está sola. Su dignidad especial es producto de su proximidad con la Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Al igual que la luna, que refleja pero no genera la luz que proviene del sol, María comparte con nosotros la gracia que recibe de Dios. “La plegaria insistente a la Madre de Dios se apoya en la confianza de que su materna intercesión lo puede todo ante el corazón del Hijo,” nos enseña Juan Pablo II. “Ella es omnipotente por gracia [...] Basada en el Evangelio, ésta es una certeza que se ha ido consolidando por experiencia propia en el pueblo cristiano” (“Sobre el Santo Rosario,” #16).
Los católicos no adoramos a María. La veneramos y la seguimos porque es nuestra guía más certera y constante en el camino hacia el cielo que es Jesús mismo.
En sus enseñanzas, san Juan Pablo II nos dice que: “al meditar los Misterios del Rosario, y formando juntos una misma vida de Comunión, podemos llegar a ser, en la medida de nuestra pequeñez, parecidos a [Jesús y María], y aprender de estos eminentes ejemplos el vivir humilde, pobre, escondido, paciente y perfecto” (“Sobre el Santo Rosario,” #15).
Podemos asemejarnos un poco más a Cristo si volcamos nuestra atención hacia María, pedimos su guía e intercesión, y al vivir como ella lo hizo: siguiéndolo fielmente hasta la muerte en la cruz para luego resucitar en una nueva vida en Él.
Creemos que en la Misa se encuentra el acto de adoración más profundo, puesto que une la palabra de Dios con el sacramento del cuerpo y la sangre de Cristo. Ninguna otra forma de oración o devoción puede sustituir la celebración de la Eucaristía. Pero devociones como el Rosario nos ayudan a recordar lo que celebramos en la Misa.
Al ayudarnos a meditar sobre los eventos más destacados de la vida de Cristo y al aprender sobre Cristo a través de María, el Rosario contribuye a “que cuanto Él ha realizado y la Liturgia actualiza sea asimilado profundamente y forje la propia existencia” (“Sobre el Santo Rosario,” #16).
Si en verdad podemos llegar a conocer a Cristo a través de María, deberíamos practicar ávidamente las devociones marianas como el Rosario. Cristo es nuestro maestro, “el revelador y la revelación,” pero María conoce a su hijo mejor que nadie. “En el ámbito divino el Espíritu es el Maestro interior que nos lleva a la plena verdad de Cristo [cf. Jn14:26],” nos dice san Juan Pablo. “Entre las criaturas nadie mejor que Ella conoce a Cristo, nadie como su Madre puede introducirnos en un conocimiento profundo de su misterio” (“Sobre el Santo Rosario,” #14).
Cada persona, familia y comunidad parroquial debería aprovechar al máximo el Rosario y otras formas adecuadas de devoción mariana para ayudarnos a “recordar a Cristo con María” y a meditar acerca de los misterios que celebramos más a fondo en la Eucaristía.
Que nuestra Santa Madre María nos lleve a adquirir un conocimiento profundo de su Hijo. Que nos inspire con su ejemplo a vivir como lo hizo Cristo, con humildad, pobreza, recogimiento, paciencia y perfección. Que sigamos el ejemplo de la Madre Teresa y conozcamos a Cristo a través de María. †