Cristo, la piedra angular
La Cuaresma es una época para intensificar la oración
“La oración de fe no consiste solamente en decir ‘Señor, Señor,’ sino en disponer el corazón para hacer la voluntad del Padre. Jesús invita a sus discípulos a llevar a la oración esta voluntad de cooperar con el plan divino”
(Catecismo de la Iglesia Católica, #2611).
Una mujer acude a su iglesia parroquial para rezar por su hijito que se encuentra en el hospital y al que le han diagnosticado un cáncer terminal.
“Dios, por favor no te lleves a mi hijo,” implora la mujer. “Los médicos dicen que no hay esperanza pero yo sé que Tú puedes salvarlo. No dejes que se me muera.”
La oración de la madre es sincera y las emociones que esta entraña son poderosas y sobrecogedoras. En su desesperación, acude a Dios como su única fuente de esperanza.
¿Acaso escucha Dios la oración de esta madre? ¿Le responderá? ¿Superará el niño esta tribulación y pasará a formar parte de la cantidad cada vez más grande de personas que han sobrevivido al cáncer?
La respuesta las primeras dos preguntas es “¡sí!” Dios escucha nuestras oraciones y siempre nos responde.
Pero la respuesta la tercera pregunta es más compleja. No sabemos qué ocurrirá con el niño o por qué.
Nuestro Señor nos enseñó a colocar nuestros problemas más graves en las manos del Padre, con la confianza de que Él nos escuchará y nos responderá. Pero, por supuesto, eso no es lo más difícil. Lo más difícil es aceptar el hecho de que la respuesta de Dios quizá no sea lo que queremos. Y tal vez no nos llegue en el momento o de la forma que esperamos.
Muchas de las propias oraciones del Señor, que se encuentran plasmadas en los Evangelios, reciben lo que quizás podría parecer respuestas insatisfactorias. Jesús reza por la unidad de sus discípulos y la respuesta es “todavía no.” Jesús ora por la paz y la respuesta es “no en este momento.” Pide para salvarse de la dolorosa muerte que le aguarda y la respuesta del Padre es “no.”
El Señor nos enseña a rezar a través de sus palabras y de su ejemplo. A veces su oración es pública, en la sinagoga, mientras enseña o cura, rodeado de una multitud. En otras ocasiones, su oración es intensamente personal y se desarrolla en un lugar remoto. El estilo de oración del Señor varía dependiendo de la ocasión. A veces es agradecido; a veces alaba a Dios por su grandeza y misericordia; otras veces presenta peticiones urgentes para sanación física o espiritual y a veces inclusive aparece enojado (como cuando limpió el templo y expulsó a quienes lo habían convertido en un mercado en vez de una casa de oración).
Pero en esta magnífica diversidad existe una constante: Jesús reza y el Padre lo escucha y le responde. A veces la respuesta del Padre es dolorosa o causa desilusión, pero puesto que Jesús siempre agrega “que se haga Tu voluntad, no la mía,” está fundamentalmente en paz con la decisión del Padre.
Ese es el secreto para rezar bien: pedir lo que se necesite o desee, pero siempre añadir “que se haga Tu voluntad, no la mía.” No resulta fácil, porque si lo fuera, lo haríamos naturalmente. De hecho, entregarnos a la voluntad de Dios es probablemente lo más difícil que se nos puede pedir.
Ciertamente fue lo más difícil que Jesús tuvo que hacer. Sufrir una crucifixión (una de las formas de pena capital más dolorosas y humillantes que haya inventado la crueldad humana) debió ser mucho más difícil de lo que cualquiera de nosotros puede llegar a imaginarse. Y lo único que Jesús habría tenido que hacer es decir que no. Podría haber rechazado la voluntad del Padre y haberse ahorrado todo ese horror.
Pero Jesús no hacía las cosas así. Sabía que al aceptar la cruz también estaba aceptando la vida y el amor. Al alinear su voluntad con la del Padre, nos enseñaba cómo debemos vivir y cómo debemos rezar y, por consiguiente, los enseñaba el camino hacia la verdadera felicidad y la paz.
¿Acaso esperamos que la mujer que reza en la iglesia parroquial agregue a su súplica “que se haga tu voluntad no la mía”?
No sabemos si lo hará, pero esperamos que así sea y rezamos para que acepte la voluntad de Dios para con su hijo, sea cual sea. Nuestra oración para esa madre atribulada y para nosotros mismos es que aprendamos a rezar como Jesús nos enseñó. Cuando llegue ese día, con toda seguridad sabremos que Dios nos escucha y nos responde. Y confiaremos en que las respuestas de Dios, aunque no las entendamos, siempre emanan de Su amor por nosotros.
Durante esta época sagrada de la Cuaresma, intensifiquemos nuestro compromiso de todo el año con la oración, el ayuno y la limosna. Que el Padre Nuestro se convierta en nuestra propia oración a partir de este momento y que, siguiendo las enseñanzas y el ejemplo de Jesús, recemos siempre para que se haga su voluntad, no la nuestra. †