Cristo, la piedra angular
Caminemos en la luz de Cristo y vivamos en su verdad
“El señor, Dios de sus padres, les envió sus mensajeros persistentemente, porque tenía misericordia de su pueblo y de su morada. Pero ellos se burlaban de los mensajeros de Dios, despreciaban sus palabras y hacían escarnio de sus profetas, hasta que la ira del Señor estalló contra su pueblo, y ya no hubo remedio” (2 Cr 36:14-16, 19-23).
A veces nos imaginamos erróneamente a Dios como una figura colérica y vengativa cuyo principal objetivo es regañar a sus hijos descarriados y castigar a los pecadores. Ese no es el Dios del amor y la misericordia que se describe en el Antiguo y el Nuevo Testamento, pero es una ilustración que mucha gente ha llegado a aceptar como la imagen de Dios.
Como cristianos, tenemos que esforzarnos por sustituir esta imagen negativa por una visión mucho más positiva y, según creemos, precisa del Dios que es amor. De hecho, si no reconocemos al Dios Trino (Padre, Hijo y Espíritu Santo) como generoso, compasivo y perdonador, no podemos abrirle nuestro corazón, y se hace difícil experimentar la alegría que proviene de estar unidos a Él.
Las lecturas de las Escrituras del cuarto domingo de Cuaresma contienen imágenes vívidas de Dios. En la primera lectura del Segundo Libro de las Crónicas (2 Cr 36:14-16, 19-23), descubrimos que Dios se apiada de su pueblo elegido, incluso cuando abusan de su confianza y encienden su ira. Aun en el cautiverio en Babilonia, el Señor no abandona a su pueblo infiel sino que los rescata y los devuelve a la tierra prometida.
El salmo responsorial (Sal 137) contiene una de las lamentaciones más poderosas de la Biblia. El pueblo elegido por Dios llora la pérdida de su patria; anhelan volver a Jerusalén, la ciudad santa donde Dios habita entre su pueblo en paz y armonía. Mientras recuerdan su tierra natal, cantan:
“Junto a los ríos de Babilonia
nos sentábamos y llorábamos
acordándonos de Sion.
Si me olvido de ti, oh Jerusalén,
que mi mano derecha olvide su destreza.
Mi lengua se pegue a mi paladar
si no me acuerdo de ti,
si no ensalzo a Jerusalén
como principal motivo de mi alegría” (Sal 137:1, 5, 6).
Esta canción de Israel se hace eco de todos nosotros. Expresa el anhelo que sentimos por el amor y la misericordia de Dios, simbolizados por Jerusalén, la ciudad de la paz. Los problemas de Israel fueron el resultado de la dureza de corazón de su pueblo, pero Dios no los abandonó, al igual que sigue siendo fiel a nosotros hoy.
En la segunda lectura de este domingo (Ef 2:4-10), san Pablo nos dice que el amor de Dios dista mucho de ser rencoroso o vengativo. El rostro de Dios que se nos ha revelado en la persona de Jesucristo es “rico en misericordia” (Ef 2:4) por el gran amor que nos tiene. “Aun estando nosotros muertos en delitos—afirma san Pablo—nos dio vida juntamente con Cristo. Y juntamente con Cristo Jesús, nos resucitó y nos hizo sentar en los lugares celestiales para mostrar en las edades venideras las superabundantes riquezas de su gracia, por su bondad hacia nosotros en Cristo Jesús” (Ef 2:5-7).
Esto es todo lo contrario a un Dios vengativo; es la obra de un Dios que se doblega para salvarnos de nosotros mismos y de los poderes de las tinieblas y de la muerte.
La lectura del Evangelio según san Juan (Jn 3:14-21) lo expresa mejor: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito para que todo aquel que en él cree no se pierda mas tenga vida eterna” (Jn 3:16). Esta afirmación, sencilla pero extremadamente poderosa, nos muestra el rostro de Dios. Nuestro amoroso Dios interviene en las poderosas luchas entre las fuerzas de la luz y las tinieblas que tienen lugar en nuestras vidas individuales y en el mundo que nos rodea. Y aprendemos de Él que “el que hace la verdad viene a la luz para que sus obras sean manifiestas que son hechas en Dios” (Jn 3:21).
A pesar de que somos pecadores y, por lo tanto, responsables de las consecuencias dañinas de nuestros pecados, ¿cómo podríamos creer la idea de que nuestro Dios es mezquino o punitivo? Las Sagradas Escrituras están repletas de historias del amor y la misericordia de Dios. El testimonio de innumerables santos y mártires afirma que incluso cuando, al igual que el pueblo de Israel, nos burlamos de los mensajeros de Dios, despreciamos sus advertencias y nos mofamos de sus profetas, Dios no nos abandona. En cambio, nos extiende su perdón y su gracia santificante para ayudarnos a “salir a la luz” en Cristo.
Mientras continuamos nuestro viaje cuaresmal hacia la alegría de la Pascua, dirijámonos a nuestro amoroso Dios y pidámosle que satisfaga nuestros anhelos y calme nuestros temores para que podamos caminar en la luz de Cristo y vivir en su verdad. †