Cristo, la piedra angular
El Espíritu Santo nos reúne y nos envía a la misión
“ ‘La paz sea con ustedes. Así como el Padre me envió, también yo los envío a ustedes.’ Y habiendo dicho esto, sopló y les dijo: ‘Reciban el Espíritu Santo’ ” (Jn 20:21-22).
La palabra Pentecostés viene del griego Πεντηκοστή (Pentēkostē) que significa “quincuagésimo.” En la tradición judía, Pentecostés se celebra el 50.º día después de la Pascua. Los cristianos celebramos Pentecostés 50 días después del Domingo de Resurrección, el día en que creemos que ocurrió la Pascua definitiva.
Para los cristianos, Pentecostés celebra el día en que el Espíritu Santo descendió sobre los discípulos de Jesús y se convirtieron, como dice el papa Francisco, en “evangelizadores llenos de espíritu.” Por el poder del Espíritu Santo, un tímido grupo de hombres y mujeres ordinarios se transformaron en audaces testigos de la resurrección de Jesucristo.
Según el Catecismo de la Iglesia Católica:
“En este día se revela plenamente la Santísima Trinidad. Desde ese día el Reino anunciado por Cristo está abierto a todos los que creen en Él: en la humildad de la carne y en la fe, participan ya en la comunión de la Santísima Trinidad. Con su venida, que no cesa, el Espíritu Santo hace entrar al mundo en los ‘últimos tiempos,’ el tiempo de la Iglesia, el Reino ya heredado, pero todavía no consumado” (#732).
La Santísima Trinidad se revela plenamente en la celebración de esta fiesta solemne. El amor tierno y creativo del Padre, el poder redentor del Hijo de Dios, y la llama ardiente y el viento poderoso del Espíritu Santo se unen y llenan el mundo de gracia santificante. Como dice el catecismo, esta infusión de la gracia divina inaugura la Iglesia, que es el signo sacramental del reino de Dios “ya heredado per todavía no consumado.”
El Domingo de Pascua es el día más sagrado del año eclesiástico, ya que es el día en que recordamos y revivimos el misterio de nuestra redención. Durante los 50 días del tiempo de Pascua, expresamos nuestra alegría de innumerables maneras y proclamamos con las palabras del Evangelio de san Juan: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito para que todo aquel que en él cree no se pierda mas tenga vida eterna” (Jn 3:16).
El domingo de Pentecostés refleja el cumplimiento de esta promesa sagrada: la decisión del Padre de enviar a su único Hijo, la muerte y resurrección de Jesús, y el descenso del Espíritu Santo sobre todos los que buscan el valor y la alegría del discipulado cristiano. Cuando decimos que Pentecostés es el cumpleaños de la Iglesia, lo decimos literalmente. Es el día en que nacemos de nuevo como discípulos misioneros, como hermanas y hermanos que arden en el amor de Dios y que se comprometen a anunciar el Evangelio a todas las naciones y pueblos del mundo.
En la primera lectura del domingo de Pentecostés, encontramos lo siguiente:
“Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en el mismo lugar. De pronto, vino del cielo un ruido, semejante a una fuerte ráfaga de viento, que resonó en toda la casa donde se encontraban. Entonces vieron aparecer unas lenguas como de fuego, que descendieron por separado sobre cada uno de ellos. Todos quedaron llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en distintas lenguas, según el Espíritu les permitía expresarse” (Hch 2:1-4).
Cuando recibimos el don del Espíritu Santo, se nos da todo lo que necesitamos para dar testimonio del Evangelio. A pesar de todos los obstáculos, podemos mantenernos firmes en nuestra fe, y podemos compartir la alegría del Evangelio con todos los que encontramos en nuestra vida diaria. Tal como nos lo asegura san Pablo en la segunda lectura:
“Ahora bien, hay diversos dones, pero un mismo Espíritu. Hay diversas maneras de servir, pero un mismo Señor. Hay diversas funciones, pero es un mismo Dios el que hace todas las cosas en todos. A cada uno se le da una manifestación especial del Espíritu para el bien de los demás” (1 Cor 12:4-7).
El Espíritu Santo nos muestra cómo dar testimonio del Evangelio en nuestras circunstancias particulares. Él nos da el valor para ser fieles sin importar los desafíos que se nos presenten. A través del poder transformador del Espíritu Santo, los que abrazan y poseen sus dones y frutos—así como los que se topan con ellos—son transformados como testigos de Jesucristo.
El domingo de Pentecostés celebra la venida del Espíritu Santo que, según el catecismo, “no cesa.”
Al celebrar este día tan sagrado, volvamos a dedicarnos a ser evangelizadores llenos del espíritu que nunca dudan en mantener la llama de la presencia de Dios ardiendo con fuerza, en nuestros corazones y en nuestro mundo. †