Cristo, la piedra angular
Los obispos y el Papa nos recuerdan que el trabajo debe dar dignidad a las personas
“Pedimos a san José que nos ayude a luchar por la dignidad del trabajo, para que haya trabajo para todos y que sea un trabajo digno, no un trabajo de esclavo” (Papa Francisco).
La fecha de publicación de esta columna es el viernes 3 de septiembre, el comienzo del fin de semana largo del Día del Trabajo. Tradicionalmente, este feriado marca el final del verano y, como país, nos tomamos este tiempo para descansar y desconectarnos antes de volver a nuestras labores diarias.
La Iglesia nos enseña que el trabajo es una bendición, una participación en la actividad creadora de Dios. Cuando es bien entendido y estructurado, el trabajo dignifica a las mujeres y a los hombres que lo realizan: para expresarse, para mantener a sus familias, para construir sus comunidades locales y para mejorar su vida y la de los demás. Lamentablemente, esta visión del significado del trabajo humano no siempre se lleva a cabo en la práctica. Algunos trabajos son degradantes en lugar de dignos, y con demasiada frecuencia las personas que necesitan (y desean desesperadamente) un trabajo que valga la pena sencillamente no lo encuentran.
En marzo de 2015 los obispos católicos de Indiana publicaron una carta pastoral titulada “Pobreza en la Encrucijada:la respuesta de la Iglesia ante la pobreza en Indiana.” La finalidad de esta era “llamar la atención sobre la pobreza que existe aquí mismo, dentro del Estado que se hace llamar la Encrucijada de Estados Unidos.” Tal como señala la carta:
“La economía debe estar en función de los pueblos, no al contrario” es la paráfrasis sucinta de la declaración fundamental que realizó San Juan Pablo II en su encíclica titulada “Laborem Exercens”: “ante todo, el trabajo está ‘en función del hombre’ y no el hombre ‘en función del trabajo” (#6.6). El trabajo es más que una simple forma de ganarse la vida; es la participación continua en la creación de Dios. Si se ha de proteger la dignidad del trabajo, entonces también deben respetarse los derechos básicos de los trabajadores, entre los que se encuentran el derecho al trabajo productivo, a un salario decente y justo, a organizarse, a la propiedad privada y a la iniciativa económica. … La persona humana es lo más importante, no la teoría económica ni las estructuras sociales. La persona humana, el trabajador, no es un medio para lograr un fin, sino el principal beneficiario de su propia labor.”
El Papa Francisco refuerza fuertemente esta enseñanza llamando repetidamente nuestra atención sobre la idea de que el trabajo contiene la bondad en sí mismo y crea armonía entre las cosas. Crea belleza y bondad, e involucra todos los aspectos de la persona: mente, cuerpo y espíritu. El trabajo es la primera vocación del hombre. Desafortunadamente, dice el Santo Padre, “hoy hay muchos esclavos, muchos hombres y mujeres que no son libres para trabajar: están obligados a trabajar para ganar lo suficiente para vivir, nada más. Son esclavos de los trabajos forzados … y mal pagados.”
Uno de los efectos más devastadores de la pandemia de COVID-19 han sido las dificultades económicas derivadas de los cierres y la pérdida de puestos de trabajo. Estar desempleado durante más de un año afecta la autoestima de una persona, y causa dificultades económicas a las empresas, a las comunidades locales y a naciones enteras. Por eso, la tarea de reconstruir nuestra economía, de forma responsable y con un claro enfoque en la dignidad de los trabajadores individuales, debe ser una prioridad absoluta para nosotros.
Tal como lo expresamos los obispos hace seis años:
Para abordar los grandes desafíos que enfrenta actualmente la economía en el estado de Indiana, debemos examinar cuidadosamente el efecto que surten las políticas, la legislación y las normas gubernamentales sobre la gente real, los hombres y las mujeres que luchan para ganarse la vida, mantener a sus familias y llegar a fin de mes. No podemos reparar la economía mediante la aplicación de teorías de empleo abstractas que nada tienen que ver con aquellos cuyas vidas están en juego. Tal como lo expresa San Juan Pablo II, no podemos simplemente tomar en cuenta las necesidades materiales (alimento, vivienda, vestido, atención de salud, etc.), sin menoscabo de la importancia que tienen para las personas, las familias y las comunidades. También debemos fomentar el trabajo espiritual, que reconoce su profunda influencia sobre la vida intelectual, social, cultural y religiosa de las personas, las familias y las comunidades.
Para crear el “trabajo espiritual” debemos anteponer siempre el bien de la persona humana a los bienes y servicios que produce. Por eso la doctrina social católica se niega a aceptar el capitalismo salvaje o el socialismo desenfrenado. Tal como señalamos en “Pobreza en la Encrucijada”: “El trabajo debería ser la principal forma mediante la cual los padres proveen para sus familias y aportan para el bienestar de una comunidad sana. Los programas gubernamentales deberían existir principalmente para proporcionar una protección social adecuada para aquellas personas que se encuentren en situación de transición o que sufran enfermedades o lesiones incapacitantes.”
Disfrutemos de este fin de semana del Día del Trabajo, pero también recordemos rezar por quienes necesitan un trabajo digno para mantenerse a sí mismos o a sus familias. Y tratemos de construir una economía que sea justa y que satisfaga las necesidades de todos. †