Cristo, la piedra angular
La Iglesia sigue a Cristo al amar y servir a los pobres
El sábado 27 de enero nuestra Iglesia celebra el memorial de santa Ángela Merici, fundadora de lo que se convirtió en la Orden de Santa Úrsula (Ursulinas). Nacida en la región italiana de Lombardía en 1474, Ángela se sintió llamada a una vida de santidad y servicio.
En una visión, el Señor le reveló que debía fundar una compañía de mujeres que dedicarían su vida a la formación religiosa de las jóvenes. Estas mujeres estaban unidas por su dedicación a la educación (especialmente a los pobres) y por su compromiso con Jesucristo y el servicio a su Iglesia.
Como muchas otras mujeres santas, incluida nuestra propia Ana Teresa Guérin (santa Madre Teodora), Ángela Merici reconoció la importancia de la educación como medio para ayudar a los jóvenes a romper el círculo de la pobreza. Ella y sus hermanas dedicaron sus vidas a ayudar a las jóvenes a crecer espiritual e intelectualmente a través de escuelas y otros ministerios que comenzaron en su Brescia natal, en Italia, y que con el tiempo se esparcieron por toda Europa, a Estados Unidos y a otras regiones del mundo.
Las ursulinas, como muchas otras órdenes de enseñanza, han tenido un poderoso impacto en los pobres. La pobreza es un signo claro de la profunda dependencia de la condición humana. Los ricos (y eso nos incluye a todos quienes tenemos nuestras necesidades básicas cubiertas) pueden mantener la ilusión de independencia y autosuficiencia;
los pobres, en cambio, no gozan de esa ilusión ya que saben que por nosotros mismos no podemos hacer nada. Todo lo que tenemos (y lo que somos) procede de la gracia de Dios, el Creador que hizo todas las cosas materiales y espirituales, y que es el único responsable del pan que comemos, de la ropa que vestimos y del refugio que nos protege del calor y del frío, del viento y de la lluvia, así como de la traición de quienes quieren hacernos daño.
“Siempre tendrán a los pobres,” dijo Jesús (Mt 26:11; Mc 14:7; Jn 12:8). Sin embargo, volcó su atención hacia ellos; les dio de comer, los curó y les predicó la buena nueva de la esperanza y la salvación. Y nos dijo a nosotros, sus discípulos, que seremos juzgados no por nuestras palabras sino por lo que hayamos hecho por los demás, especialmente a los “más pequeños” de nuestros hermanos y hermanas.
De un modo muy real, nuestro Señor nos confió a los pobres a nuestro cuidado especial hasta que él regrese. Nos advirtió que nos separarán de él en el día final si no atendemos las graves necesidades de los pobres y los vulnerables (“los más pequeños”), que son la familia de Cristo de una forma verdaderamente especial.
El amor de la Iglesia por los pobres se fundamenta en el Evangelio de las bienaventuranzas, en la pobreza de Jesús y en su dedicación a los pobres. Este amor se refiere a la pobreza material y también a las numerosas formas de pobreza cultural y religiosa.
La Iglesia nunca deja de servir a los pobres, de trabajar por su alivio, de defender sus derechos humanos básicos y de tratar de eliminar las causas raíz de la pobreza, especialmente en las actitudes, costumbres y leyes de la sociedad humana. ¿Por qué? Porque nuestro Señor nos ordenó que cuidáramos los unos de los otros y porque nos mostró, con su ejemplo, lo que significa amar y servir e incluso morir por los más pequeños, sus hermanas y hermanos.
Tal como los obispos de Indiana lo expresamos en nuestra carta pastoral publicada en 2015 y titulada “Pobreza en la Encrucijada: la respuesta de la Iglesia ante la pobreza en Indiana”: “La Iglesia Católica posee un compromiso férreo con la educación y especialmente la educación de los pobres. Más de dos siglos de experiencia nos convencen acerca de la poderosa función que desempeña la educación para romper el ciclo de la pobreza y ayudar a las familias, y para producir ciudadanos, profesionales y trabajadores prósperos.”
Santa Ángela Merici enseñó que nuestra necesidad de cuidar a los pobres y vulnerables es mayor que la necesidad de nuestro ministerio hacia ellos. No nos atrevamos a parecer condescendientes en nuestros actos de caridad ya que los dones espirituales y materiales que compartimos con los demás—especialmente con los pobres—no nos pertenecen; Dios nos los dio.
Como administradores responsables de los dones de Dios, se nos exige que cuidemos responsablemente y compartamos generosamente con nuestras hermanas y hermanos necesitados. De hecho, nuestro Señor ha dejado muy claro que espera que cuidemos unos de otros, especialmente de los “más pequeños” (Mt 25:31-46).
Honramos a santa Ángela Merici y a sus hermanas porque su ministerio con los pobres y su devoción a Cristo nos recuerdan nuestras abundantes bendiciones y nuestra necesidad de cuidar de los demás. Que, por intercesión de santa Ángela, sirvamos fielmente a los pobres mediante nuestro compromiso de seguir a Jesús por el camino del amor abnegado. †