Cristo, la piedra angular
Abramos la mente y el corazón para crecer en santidad
Hoy, 11 de octubre de 2024, se cumplen 62 años de la sesión inaugural del Concilio Vaticano II y también celebramos el memorial del Papa San Juan XXIII, cuyo liderazgo visionario hizo posible dicho Concilio.
El Papa Francisco ha hecho suyo
el estilo pastoral de su predecesor
Juan XXIII.
De hecho, el Sínodo de los Obispos que se está celebrando en Roma este mes da continuidad a las enseñanzas del Concilio Vaticano II y profundiza en nuestra comprensión y práctica del concepto de sinodalidad. Por su compromiso con temas como la escucha, el diálogo y el discipulado misionero, el sínodo está aplicando eficazmente la visión pastoral de
Juan XXIII a quien se conoce cariñosamente como “el Papa Bueno”.
El tema del Sínodo 2020-2024, “Por una Iglesia sinodal: comunión, participación y misión” refleja el espíritu y las enseñanzas del Concilio. El tema de la sesión actual, “Cómo ser una Iglesia sinodal misionera”, aborda directamente la preocupación del Concilio Vaticano II por lograr una apertura al mundo que facilite un auténtico diálogo, a pesar de las importantes diferencias religiosas, culturales y políticas que amenazan con dividir a los cristianos entre sí y con respecto a sus hermanas y hermanos que no comparten sus creencias.
La sinodalidad no es un fenómeno nuevo ya que mucho antes del Concilio, remontándose a las experiencias de los Apóstoles y de los primeros cristianos, los líderes de nuestra Iglesia se han reunido para escuchar la Palabra de Dios, rezar juntos y responder a las oportunidades y desafíos de su tiempo.
Como se señala en el Instrumentum Laboris (documento de trabajo) para el sínodo de 2024:
Crecer como discípulos misioneros significa atender al llamado de Jesús a seguirle, respondiendo al don que recibimos cuando fuimos bautizados en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Significa aprender a acompañarnos unos a otros como pueblo peregrino que viaja a través de la historia hacia un destino común, la ciudad celestial. Al recorrer este camino, alimentados por la Palabra de Dios y la Eucaristía, nos transformamos en lo que recibimos.
La transformación que ocurre cuando los discípulos misioneros abren sus mentes y corazones corresponde al llamado universal a la santidad que se destaca en las enseñanzas del Concilio Vaticano II, especialmente en “Lumen Gentium” (“La Constitución Dogmática de la Iglesia”, n.º 39-42).
Todos los bautizados, sin excepción, están llamados a ser transformados por la gracia de Dios y a crecer en santidad. Una Iglesia cuyo estilo pastoral se caracterice por la escucha, la apertura y el diálogo promueve el crecimiento en santidad que el Concilio Vaticano II enseña que es de primordial importancia para la labor de evangelización.
La vida y el ministerio de San Juan XXIII, incluidos sus muchos años de servicio diplomático antes de ser elegido papa a la edad de 76 años, demuestran el estilo pastoral recomendado por el Concilio que comenzó en 1962. Aunque podrían citarse muchos ejemplos de la vida y el ministerio de este gran santo, su interacción con musulmanes y judíos resulta especialmente notable hoy en día.
El Papa San Juan XXIII fue absolutamente claro sobre su compromiso con la verdad de nuestra fe católica. Pero no dudó en dialogar con quienes no comparten nuestras creencias. Sus años como nuncio papal en la Turquía predominantemente musulmana, y sus esfuerzos por ayudar a los refugiados judíos tanto antes como durante la Segunda Guerra Mundial, fueron claros signos de su apertura a otras creencias y culturas.
En un poderoso discurso dirigido a las víctimas del antisemitismo, ofreció esta declaración de arrepentimiento:
Hoy somos conscientes de que muchos, muchos siglos de ceguera han cubierto nuestros ojos de modo que ya no podemos ver la belleza de tu pueblo elegido ni reconocer en sus rostros los rasgos de nuestros hermanos privilegiados. Nos damos cuenta de que en la frente llevamos la marca de Caín y que por siglos, nuestro hermano Abel ha yacido en la sangre que le arrancamos o ha derramado lágrimas por nuestra causa ya que hemos olvidado tu amor. Perdónanos por la maldición que falsamente les atribuimos por ser judíos y por crucificarte por segunda vez en su carne, porque no sabemos lo que hicimos. (“Nos han cubierto los ojos”, Catholic Herald, 14 de mayo de 1965).
Este es el estilo pastoral que el Concilio Vaticano II trató de adoptar y que el sínodo contemporáneo espera establecer como una forma permanente de “ser Iglesia” en nuestras diócesis, parroquias, escuelas y otras organizaciones católicas.
Conforme recordamos al buen Papa Juan XXIII, volvamos a comprometernos con la visión que tuvo cuando inauguró el Concilio Vaticano II hace 62 años. Que seamos una Iglesia que escucha atentamente la Palabra de Dios y que siente una profunda reverencia por la verdad de nuestra fe católica que le tiende la mano a personas de todos los credos y culturas. †