Declaración del arzobispo Charles C. Thompson sobre las próximas ejecuciones federales en Indiana
La reanudación de las ejecuciones federales, programadas del 13 de julio al 28 de agosto, que se llevarán a cabo en Terre Haute, Indiana, recae en el territorio de la Arquidiócesis de Indianápolis. Por consiguiente, la ley suprema de la Iglesia, la salvación de las almas exige que me pronuncie sobre este asunto tan grave. Ofrecemos nuestras más sinceras oraciones por las víctimas de asesinato y sus seres queridos. El sufrimiento y el dolor que la familia y los amigos de tales víctimas han vivido resultan desgarradores. Debemos hacer lo que podamos para ayudarles a sanar las heridas tan profundas y personales que han sufrido.
De conformidad con la revisión del párrafo 2267 del Catecismo de la Iglesia Católica, según lo promulgó el papa Francisco: «la pena de muerte es inadmisible, porque atenta contra la inviolabilidad y la dignidad de la persona». El fundamento de esta revisión es coherente con las enseñanzas de los últimos tres papas, a saber, el papa san Juan Pablo II, el papa emérito Benedicto XVI y el papa Francisco. La Iglesia ha sostenido siempre la dignidad de la persona y el carácter sagrado de la vida desde el momento de la concepción hasta la muerte natural.
Las enseñanzas de la Iglesia sobre la inadmisibilidad moral de la pena de muerte no significan de ninguna manera condonar el comportamiento criminal y los despreciables actos de violencia maligna. Más bien, la enseñanza católica subyacente en este asunto particular es una gran preocupación por el cuidado de las almas de todos los involucrados, incluyendo el juez, el jurado, el personal de la prisión, las familias de estos funcionarios y la sociedad misma. Tomar la vida de cualquier ser humano, incluso de alguien que es culpable de graves crímenes contra la humanidad, pesa en la conciencia de los individuos y de la sociedad en su conjunto.
Desde el pontificado del papa san Juan Pablo II, la posición católica ha sido que el sistema penitenciario actual es muy adecuado para proteger a la sociedad y evitar que los reclusos que se escapen o se los libere ilegalmente.
Teniendo en cuenta el destino del llamado buen ladrón conocido tradicionalmente como Dimas, colgado en la cruz junto a Jesús, la Iglesia ha defendido durante mucho tiempo la creencia en la conversión como un proceso de toda la vida que sigue siendo una posibilidad para todas las personas hasta el momento final de la muerte.
Ciertamente no se pueden pasar por alto, disminuir ni olvidar los graves actos criminales de los que se ha declarado culpables a los que están en el “corredor de la muerte”. En aras del bien común, no debe permitirse que quien cometa tales delitos regrese a la sociedad.
Sin embargo, la humanidad no puede permitir que el acto violento de un individuo haga que otros miembros de la humanidad reaccionen con violencia. Tomar una vida, no importa cuán “sanitario” o “humano” se considere, es siempre un acto de violencia. Aunque la Iglesia ciertamente se preocupa por el alma de cada persona, incluyendo a los condenados a muerte, hago este alegato contra la pena de muerte, en definitiva, por el alma eterna de la humanidad.
Busquemos juntos la intercesión de la Santísima Virgen María, mientras oramos por la gracia divina de la sabiduría y la perseverancia para llevar a cabo el Evangelio de la vida en el nombre y la misión de Jesucristo nuestro Salvador. Que, en Él, busquemos glorificar a Dios, el autor de toda la vida.