August 13, 2021

El rostro de la misericordia / Daniel Conway

El alimento y la bebida de la vida eterna nos sostienen en nuestro viaje

El día de Corpus Christi que celebramos este año el 6 de junio, las reflexiones del Papa Francisco sobre la Eucaristía se centraron en tres ideas fundamentales: En primer lugar, para celebrar la Eucaristía, “debemos reconocer nuestra sed de Dios, sentir nuestra necesidad de Él, anhelar Su presencia y Su amor, darnos cuenta de que no podemos andar solos, sino que necesitamos el alimento y la bebida de la vida eterna para sostenernos en nuestro camino.”

En segundo lugar, en la Eucaristía, Cristo se hace pequeño, un bocado de pan, y para reconocerlo, nuestros corazones deben estar abiertos. “La presencia de Dios es tan humilde, oculta y a menudo no se ve,” señaló el Papa, “que, para reconocerlo, debemos tener un corazón preparado, alerta y acogedor.”

En tercer lugar, el Papa Francisco reflexionó sobre la imagen de Jesús partiendo el pan en la Última Cena y compartiéndolo con los Apóstoles. “Este es el gesto eucarístico por excelencia,” destaca el Papa. “Es el signo característico de nuestra fe y el lugar donde encontramos al Señor que se ofrece para que podamos renacer a una vida nueva.”

Estas tres ideas—nuestra sed de Dios, nuestra necesidad de abrir el corazón y nuestro encuentro con Jesús al partir el pan—ofrecen una profunda visión del misterio que celebramos cada vez que recibimos el Cuerpo y la Sangre de Cristo.

Con demasiada frecuencia, damos por sentado este encuentro con Jesús: lo recibimos con indiferencia, sin prestar suficiente atención a la grandeza y majestuosidad que se esconden en el “pequeño bocado” que se nos da, o no reconocemos la seriedad de la obligación de santificar el día del Señor y faltamos a misa el domingo sin pensarlo dos veces.

“Nuestra sed de Dios nos lleva al altar,” dice el Papa Francisco. “Donde falta esa sed, nuestras celebraciones se vuelven secas y sin vida.”

Cuando permitimos que nuestros corazones se vuelvan indiferentes al magnífico regalo que el Señor nos ofrece en el sacramento de su Cuerpo y de su Sangre, la sed de amor y de verdad, de alegría y de paz, no se sacia.

El Santo Padre nos desafía a resistir la tentación de aceptar esta actitud de indiferencia en nosotros mismos o en los demás. “Como Iglesia, no basta con que el grupito de siempre se reúna para celebrar la Eucaristía,” afirma. “Tenemos que salir a la ciudad, al encuentro de la gente y aprender a reconocer y reavivar su sed de Dios y su deseo del Evangelio.”

Salir, ya sea a la ciudad o a las regiones exteriores de nuestras comunidades, nos exige compartir con los demás nuestro amor y devoción por el Señor. Exige que demos testimonio de Él como el único alimento y bebida que puede satisfacer nuestros corazones hambrientos y sedientos. “Pero si faltan el asombro y la adoración,” asegura el Papa Francisco, “no hay camino que lleve al Señor.”

El Santo Padre nos recuerda que partir el pan demuestra de manera poderosa la voluntad del Señor de entregarse por nosotros sin reservas. Tal como nos enseña:

“En la Eucaristía contemplamos y adoramos al Dios del amor. Es el Señor, que no quebranta a nadie sino que se parte a sí mismo. Es el Señor, que no exige sacrificios sino que se sacrifica él mismo. Es el Señor, que no pide nada sino que entrega todo. Para celebrar y vivir la Eucaristía, también nosotros estamos llamados a vivir este amor. Porque no puedes partir el Pan del domingo si tu corazón está cerrado a los hermanos. No puedes comer de este Pan si no compartes los sufrimientos del que está pasando necesidad. Al final de todo, incluso de nuestras solemnes liturgias eucarísticas, sólo quedará el amor. Y ya desde ahora nuestras Eucaristías transforman el mundo en la medida en que nosotros nos dejamos transformar y nos convertimos en pan partido para los demás.”

Por supuesto, no podemos transformar el mundo si no tenemos el hambre o la sed suficientes para buscar el alimento espiritual. No podemos aliviar el sufrimiento de los demás si nuestro corazón se endurece ante el dolor y la injusticia que presenciamos a nuestro alrededor.

Nuestras liturgias eucarísticas solemnes solamente tienen éxito como auténtico culto si reconocen que “no podemos andar solos, sino que necesitamos el alimento y la bebida de la vida eterna para sostenernos en nuestro camino.” Volvamos al Señor con asombro y adoración y abramos nuestros corazones a su amor transformador.
 

(Daniel Conway es integrante del comité editorial de The Criterion.)

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